jueves, 19 de marzo de 2009

Sin librerías



Los asuntos electorales y políticos del país, y aun de Aguascalientes, están un poco en lo mismo desde hace tiempo: crisis financiera, desempleo, ineficaz combate al narcotráfico y a los secuestros, problemas típico de las precampañas, entre otros nada nuevos. A veces hay que darle un respiro a estos temas para ver otros asuntos que son también importantes.

En el blog personal, que se llama igual que este espacio de opinión, publiqué hace unos días comentarios breves sobre la mala experiencia que he tenido con las librerías hidrocálidas. Afirmé que Aguascalientes es un estado sin librerías o si se quiere ser optimista de malas librerías. Lo que me lleva a pensar que aún más grave de no tener buenas librerías es el hecho de no tener lectores.

Es evidente que el tipo de negocios y de eventos que pululan en el estado son reflejo de las necesidades de consumo y tipo de sociedad que se tiene. ¿Cuáles son los negocios que con más frecuencia procura la gente? ¿Qué consume? ¿Qué le gusta hacer? ¿En qué se divierte? Son preguntas que no sólo incumbe a la economía o a la administración de negocios, sino más bien al ámbito sociológico y antropológico.

No tengo a la mano la estadística de los giros de los negocios, pero a simple vista es evidente que los productos de consumo cultural (bellas artes) como son las librerías, simplemente no figuran. Hay pocas, y aún muchas de ellas son más bien locales con un letrero de librería con un tipo de libros y vendedores que están lejos de satisfacer o cautivar a sus potenciales clientes.

Me pasó hace unos años que cuando fui a comprar el libro A sangre fría, la empleada me miró con asombró y me preguntó si el libro acabada de salir, porque no aparecía en el sistema. Le dije que no, que el libro ya tenía varias décadas de haber sido publicado y que además había en ese momento una película en el cine que llevaba el nombre del autor, Truman Capote, y la trama eran los hechos que inspiraron el libro antes mencionado. Pregunté por otros libros, no menos notables en la literatura universal, y la respuesta fue “no los tenemos”. Este tipo de experiencias se ha repetido a lo largo de los años. Hace unos días pregunté por libros de Salvador Elizondo, Alejo Carpentier, Reynaldo Arenas, entre otros, y la respuesta es siempre la misma, y aún más que eso, la actitud: un total desconocimiento de los autores. No hay librerías ni libreros.

Pero para no caer en la total generalización debo decir que he tenido buenas experiencias en la librería El Barco, pero creo no exagerar al decir que navega casi en solitario por estas aguas.

Habrá quien diga que para qué queremos librerías si todos los libros están en las bibliotecas, éste es un error. No se trata de tener ahí acumulados los libros para que no los lea la gente ¿o acaso todos tenemos una credencial de la biblioteca pública más cercana? O bien, se puede argumentar que leer es de gente ociosa y que desperdicia el dinero pues los libros son caros. Doble error: leer, leer bien requiere total concentración y es lo más entretenido y puede ser algo muy placentero, pero perdida de tiempo nunca, salvo que el libro sea malo, pero un puede dejar de leerlo y empezar otro. Y si es caro el libro se debe sencillamente a que son poco demandados, pero para quien tiene un gusto por ellos el precio llega hacer secundario, en fin.

No sé si tampoco el estado tenga lectores (verdaderos), conozco a pocos. El encuentro con exalumnos, amigos, parientes, conocidos, siempre gira en torno a temas sociales, políticos, el clima, pero difícilmente a comentar el contenido de una novela o algún otro texto. O bien, siempre están los que quieren comentar el único libro que leyeron en la secundaria o preparatoria.

No sé en sí en dónde está el problema: en la familia, escuela, amigos, en la falta de librerías, la influencia de la televisión, la ausencia de una política de fomento a la lectura, etcétera. Tal vez sea todo lo anterior y algo más. En nuestra sociedad leer no es socialmente reconocido, el tener un libro en las manos es para mucho un etiqueta de ser una persona aburrida y arcaica, no es moderno. Lo de ahora es no leer, jugar con el celular, en la computadora portátil, pero leer no, imaginar, pensar, no está de moda.

Las librerías no son para nada lugares cómodos y adecuados para probar, leer algunos páginas de un libro para luego adquirirlo. Como si fuera una prueba de manejo. Las librerías están diseñadas para echar a los clientes lo más pronto posible. O bien, esa maravillosa costumbre de las librerías hidrocálidas de cerrar los domingos, no vaya hacer que alguien decida comprar un libro en su día libre.

No por nada las bibliotecas familiares están formadas por dos grandes libros: la Biblia y el directorio telefónicos, y aún estos no fueron comprados por sus dueños, el primero casi siempre se hereda y el segundo lo lleva un empleado de Telmex.

Está de más decirlo, pero el libro como objeto, es apreciado y atesorado, por muy poca gente, pero lo es. La literatura es un reflejo de nuestros logros y fracasos como sociedad. Somos, de diferentes manera, nosotros, de manera narrada, escrita, recreada.

No sé qué sea más preocupante, la escalada de violencia y desempleo que padecemos, o que tengamos una sociedad cegada a voluntad. Si es esto último, no importa que no tengamos librerías, da lo mismo.

Imagen: Librería Ateneo GRand Splendid, Buenos Aires Argenitna. Foto de Mariana Araujo.

Publicado en periódico Aguas, 19 de marzo de 2009.

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