miércoles, 21 de enero de 2009

5 de julio de 2009


El tema electoral siempre atrae la atención y esto es por una simple razón: se pone en juego el poder. La responsabilidad de tomar decisiones, administrar, mandar, es altamente apreciada por ciertos grupos y por ciertos hombres. Gobernar una estado, tomar decisiones que influyan en la vida de la sociedad es una gran responsabilidad, y claro, los privilegios que trae el mandar son también el objetivo, a veces el único.

Será el domingo 5 de julio cuando nuevamente los ciudadanos de todo el país se encuentren ante la posibilidad de elegir autoridades federales. En este caso se trata de la renovación de la cámara baja, los 500 diputados (300 de mayoría relativa y 200 de representación proporcional). 

La actual legislatura fue electa apenas en el año 2006, y como lo estipula nuestra constitución su periodo es de tan sólo 3 años y sin derecho a reelección inmediata. Los diputados interesados en volver a esa espacio de gobierno tendrán que dejar pasar por lo menos un periodo para poder regresar.

El hecho de que los diputados tengan las mencionadas limitaciones no promueven una mayor productividad legislativa, pues si se considera que un buen número de diputados llega sin tener experiencia legislativa el primer año se puede considerar como de aprendizaje, el segunda de cierta productividad y, en el tercer y último año, los diputados están pensando (aunque lo nieguen) en el futuro de sus carreras políticas, descuidando el trabajo legislativo. En alguna ocasión escuche de una ley “antichapulín” para evitar que los diferentes autoridades electas popularmente no pudieran dejar su cargo antes de tiempo para buscar (saltar) a otro puesto, pero creo que a los legisladores no les interesó debatir al respecto.

¿Qué tan conveniente sería que los diputados gozaran de un periodo mayor de tiempo o de que pudieran ser reelecto de manara inmediata? ¿Estaríamos violando preceptos de la casi centenaria revolución mexicana? ¿Se promovería la formación de elites irresponsables y llenas de privilegios? Estas preguntas deben ser analizadas de manera seria. Ver todos las posibilidades. Lo que no podemos hacer es seguir viendo como entran y salen diputados de un laboratorio legislativo poco afortunado. 

La reelección inmediata tiene entre otras una doble ventaja: permite la posibilidad de la continuidad del trabajo legislativo evitando el borrón y cuenta nueva que tenemos ahora. Y además, aleja al diputados de su partido acercándolo al elector, es decir, al momento de querer ser nuevamente electo el diputado tendrá que regresar a su distrito, tendrá que rendir buenas cuentas para poder tener suerte en el proceso electoral. Dos desventajas básicas son que se pueden crear cotos de poder locales, pues el diputado que tenga mayores recursos podrá reelegirse con mayor facilidad que otros, y por otro lado, nada garantiza que con un periodo o varios, el legislador haga un buen trabajo. 

Ahora bien, para efectos de la elección que se avecina. ¿Cuáles serán los grandes temas que estarán marcando el desarrollo del procesos electoral? Es evidente que los dos grandes temas que estarán presentes en el debate son el de la seguridad - impartición de justicia y el de la crisis económico (desempleo). 

La relación y dependencia de los candidatos con respecto al partido político que lo postula será estrecha, el margen de maniobra del candidato para tener un criterio propio es casi nulo. Se tendrá que ceñir a lo que el partido le diga. Y es aquí precisamente cuando se llega a una cuestión importante: ¿Qué es lo que guía al elector para tomar la mejor decisión? Tal vez la pregunta esté mal formulada y no haya “una mejor decisión”, el ciudadano decide y para él fue la mejor decisión independientemente de lo que se diga en otros lugares. Pero insisto, ¿Cómo se forma su criterio? ¿Qué tipo de información es el que debe de tomar en cuenta para votar? Es evidente que la publicidad en la calle no ofrece realmente ningún elemento para la formación de un criterio: el nombre del candidato en letras grandes y el del partido en pequeñas no dice nada de lo que piensa hacer el candidato. Las frases hechas como más empleo, más seguridad, bienestar para tu familia, etcétera y etcétera son un telegrama que nadie entiende. Los especialistas en las técnicas de mercado en el ámbito político se van a esmerar en hacer campañas bonitas, en una descarga de creatividad los asesores de campaña aconsejaran imitar a Barak Obama en el uso de internet, entre otras grandes innovaciones. Lo que la gente debe de atender es lo que está desde ahora en el ideario de cada partido, en sus objetivos, en sus plataformas políticas y electorales. Se verá en ellas muchos propósitos y buenas ideas, por lo que el punto de inflexión, de verdadero cambio, no es el qué quiere hacer, sino el cómo lo va hacer. Y esto último es lo que debe de exigir la gente. Pero hasta ahora no hay nada que indique que las campañas serán diferentes a la de otros años.


Publicado en periódico Aguas, 22 de enero de 2009.

jueves, 8 de enero de 2009

¿Para quién se gobierna?

En una colaboración de noviembre del 2007 escribí acerca de los resultados que ofreció el Latinobarómetro: un estudio que realiza una serie de mediciones acerca de la democracia y sus diversas dimensiones. Corresponde ahora hacer algunas reflexiones de los resultados del 2008.

La pregunta que sirve de título para este artículo es lo que quiero resaltar en primer lugar. El cuestionamiento lo hizo Gabriel Almond y Sidney Verba. La democracia, por definición, es un régimen de gobierno que supone que el poder lo ejerce el pueblo y que por mecanismos de representación se eligen autoridades que deben servir, gobernar, al mismo pueblo. Pero ¿qué opina la gente al respecto? El resultado a nivel Latinoamérica  es que el 70% de los entrevistados, en los 18 países medidos, piensa que los gobiernos “democráticos” sirven sólo a los poderosos. Desde el 2004 en el que se empezó a considerar esta pregunta los porcentajes no han variado. Para el caso particular de México el porcentaje de personas que piensa que sólo se gobierna para un pequeño grupo está muy por encima de la media: 79%.

Esto se entiende mejor si se observa la percepción que se tiene de la corrupción. Se hizo la siguiente pregunta: Imagínese que el total de los funcionarios públicos en México fueran 100 y Ud. tuviera que decir cuántos de esos 100 cree que son corruptos. ¿Cuántos diría Ud. que son corruptos? El promedio nacional es de 73 funcionarios. La media latinoamericana es menor: 68.6. Este resultado por sí sólo pone en duda toda la propaganda oficial y los esfuerzos de transparentar el ejercicio del poder público. Claro, los ciudadanos también son parte del problema la no denunciar y reproducir prácticas fuera de los esquemas legales.

En esta misma tesitura, las instituciones públicas democráticas que deben de promover y ejercer los valores democráticos continúan en los mismos estándares de desconfianza entre la gente. En general, para Latinoamericana, el resultado no es alentador, y así ha permanecido por varios años, el promedio es de 21% de personas que confían mucho o algo en los partidos políticos. En el 2007 sólo 24% de los entrevistados en nuestro país confiaban, para el año que acaba de concluir el porcentaje es menor, sólo el 17% confía en los partidos políticos. Este dato ayuda a entender el por qué del abstencionismo en los procesos electorales. Claro, habría que indagar por las razones de la desconfianza, algo que rebasa a este artículo, quede aquí sólo los apuntes para la reflexión.

Resulta también interesante observar que la confianza que tiene la gente hacia el gobierno es un porcentaje un poco mayor a la que se registra para los partidos políticos, pero es realmente bajo: 36% confía en el gobierno en México, le promedio latinoamericano es de 44%. 

La participación política está llena de contrastes en la región. Mientras que en República Dominicana el 31% de los entrevistados afirmó que participaba políticamente, en Chile sólo se registró un 3%. En México tenemos un 9% de ciudadanos que dicen participar en cuestiones de política. Tal vez estas diferencias entre uno y otro país se deben al evidente diversidad de culturas e incluso a un problema en la forma de medir, pues el concepto de participación política es demasiado abstracto. 

La idea de que no es posible influir en las cosas para que cambien (un característica básica de la cultura parroquial descrita por Almond y Verba) está muy presente en nuestro país. Casi una cuarta de los mexicanos (23%) no se siente con la capacidad de influir. Solamente Chile está por encima de nosotros en cuanto a este porcentaje (27%).

Finalmente, el fantasma del autoritarismo no se aleja, no desaparece. El 53% de los latinoamericanos entrevistados no le importaría el que llegue un gobierno no democrático al poder si pudiera resolver los problemas económicos. México registra el 61% de las opiniones en el mismo sentido.

El apoyo y la satisfacción con la democracia están a la baja en nuestro país. En cuanto el apoyo a la democracia ha bajado(quienes prefieren a la democracia a cualquier otra forma de gobierno), en el 2006 el 54% apoyaba la democracia, en el 2007 el 48%, y en el 2008 el 43%: una caída de 11%. 

En esta misma linea, la satisfacción con la democracia también baja: Del 2006 al 2007 hubo una descenso importante: de 41% a 31%. Algo se está haciendo realmente mal porque el 2008 registra nuevamente una caída importante, pues sólo el 23% de los entrevistados dijo que se siente satisfecho con la democracia.

Antes que nada hay que recalcar que la medición mide opinión a través de cuestionario que se aplican de manera rápida y sin mayor profundización, es decir, habría qué indagar a fondo sobre lo que realmente está entendiendo la gente por el apoyo y la satisfacción por la democracia para evitar cualquier alarmismo. Lo cierto es que hay un indicador que nos dice claramente que la democracia no está en su mejor momento, por lo menos en nuestro país. 

¿Qué tanto pesó ha tenido el conflicto electoral del 2006 en estos porcentajes, la crisis financiera, los problemas de seguridad? ¿Qué tanta responsabilidad tiene la clase política? El 2009 es año electoral para nuestro país, será una nueva oportunidad para construir sólidamente nuestra democracia.


Publicado en Aguas, 8 de enero de 2009.


sábado, 3 de enero de 2009

La felicidad del 2009



En estos días es interesante ver como todos, me incluyo, nos esmeramos en decirle a todo al que se nos atraviesa la frase hecha y ya irreflexiva, repetitiva y hueca: feliz año. Los diversos medios de comunicación se enredan en la rutina y sin más sueltan la mencionada frase. Es como si a fuerza de convocar la felicidad una y otra vez esta pudiera hacerse presente. Pero es sólo un juego. Los problemas del 2008 siguen y seguirán: el estrenar calendario en casa no exorciza los problemas.

Recuerdo que el 2008 fue también recibido con mucho entusiasmo y ha resultado para muchos especialistas, y quienes se dejan llevar por sus comentarios, como un pésimo año. Efectivamente, nadie puede afirmar que económicamente haya sido un buen año o que en nuestro país la seguridad haya mejorado, todo lo contrario. Lo que sigue sorprendiendo es la capacidad de la gente de tolerar tan malos resultados y logros de los gobiernos en todos sus niveles y órdenes. Como ejemplo está el último ataque a policías estatales, ¿A qué se debe la inacción de la sociedad? ¿Se ha acostumbrado a este tipo de hechos? ¿Hay una confianza y tolerancia sin límites al gobierno? ¿O simplemente se trata de desinterés? 

Regresando al tema particular del inicio de año, nuevamente la empresa encuestadora Consutla Mitofsky ofrece una serie de ejercicios de medición de opinión pública que permiten poner algo de bases para hacer algunas reflexiones sobre lo que pasó en el 2008 y lo que puede venir en el 2009.

Según la encuesta levantada a inicios del mes de diciembre, el 48.6% de los mexicanos entrevistados cree que en el 2008 le fue peor que en el 2007. El porcentaje más alto desde que se empezó hacer esta medición en el 2001. La mitad de los entrevistados culpó al gobierno federal de que le haya ido mal. Sólo una cuarta parte aceptó que era de “uno mismo” la culpa.

En cuanto al tema económico, una gran mayoría, el 85.4% afirma que la situación es peor. El 74.3% aprecia que la situación política también está mal. Un porcentaje similar, el 76.9%, ve el tema de la seguridad en la misma situación. Estos datos brevemente expuestos dan cuenta de la precaria estabilidad social. No es cuestión de ser alarmistas, sino de señalar que la situación es un tanto límite.

En este sentido las expectativas para el 2009 no son altas. Ante la pregunta de ¿Cree que la va ir mejor o peor que este año? El 63.3% contestó mejor (en el 2007 el resultado fue 72.6%); mientras que el 22.4% contestó que peor (en el 2007, 12.5%).

Igual de interesante es que si bien hace un año la gente esperaba mejorar su estado de salud (15.3%) antes que otra aspecto. Ahora, el primer lugar lo tiene el conseguir trabajo (22.8%).

Al medir siete características personales (honestidad, felicidad, salud, seguridad, religiosidad, confianza y hábitos deportivos) las variaciones con respecto al 2007 resultan negativas, la mayor baja es en el nivel de seguridad con la que se siente la gente. En el 2007 era 8.1 (en una escala de autocalificación del 0 al 10), en en el 2008 es de 7.6.

Me detengo en otra variable, la felicidad, pues hablé de ella al principio. En el 2001 y 2002, los registros más antiguos que proporciona la empresa encuestadora, los mexicanos afirmaron que se consideraban con un 8.8 de felicidad. Es una medición, como las anteriores, muy subjetiva. ¿Qué está tomando en cuenta la gente para decir si es feliz o no? ¿Qué entiende por felicidad? En fin, cada quien contesta de acuerdo a sus propias circunstancias. La cuestión es que manejamos promedios y se juega con ellos. En el 2008  el promedio de felicidad reportado es de 8.3%, hace un año el promedio era de 8.6.

Con relación al ámbito político cabe entonces la preguntar: ¿El gobierno debería de ocuparse de la felicidad de la gente? Hay opiniones encontradas. Hay gobiernos que quieren proveer “felicidad” con pistas de hielo, albercas y playas artificiales, espectáculos deportivos y demás malabares. Yo me quedo con la idea de que la felicidad es una cuestión subjetiva. Y que efectivamente, como lo demuestran otros estudios, las personas con una mayor información perciben los fenómenos a su alrededor desde otra perspectiva. Como se dice, un pesimista es un optimista informado. Entonces cabría otra pregunta, ¿los pesimistas son infelices? Insisto, es cuestión personal.

Por otro lado, el gobierno sí debe de procurar la felicidad de los ciudadanos, pero no bajo el esquema populista heredado del viejo sistema político. Sino proveyendo las bases económicas, sociales y de estabilidad política para que los ciudadanos tengan mayores oportunidades de desarrollarse, de vivir como se desea y no como una imposición de las circunstancias. Si la gente piensa que no es feliz, al menos que no sea por sentirse insegura, no tener trabajo o padecer malos gobiernos.


Publicado en Aguas, 3 de enero de 2009

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